martes, 20 de mayo de 2014

Anexo II. El Infierno descrito por Jesucristo


A María Valtorta


DICE JESÚS:

Una vez te hice ver el monstruo del abismo. Hoy te hablaré de su reino. No te puedo tener en el Paraíso siempre. Recuerda que tú tienes la misión de volver a llamar a la verdad a los hermanos que demasiado la han olvidado, y de este olvido que en realidad es desprecio por la verdad eterna, proceden tantos males a los hombres.

Escribe por lo tanto esta página dolorosa. Después serás consolada. Es la noche del Viernes Santo. Escribe mirando a tu Jesús que está muerto sobre la Cruz, entre tormentos tales que son comparables a aquellos del infierno, y que ha querido tal muerte para salvar a los hombres de la muerte (eterna: el infierno).

Los hombres de este tiempo ya no creen en la existencia del infierno. Están aferrados a un más allá a su gusto de tal manera que estén menos atemorizados en su conciencia merecedora de mucho castigo. Discípulos más o menos fieles del Espíritu del Mal, saben que su conciencia ret­rocedería ante ciertos delitos, si realmente creyesen en el Infierno tal y como la fe enseña que es; saben que su conciencia, al cometer el delito, tendría que volver en sí misma y en el remordi­miento encontraría el arrepentimiento, en el temor encontraría el arrepentimiento, y con el arrepentimiento el camino para volver a Mí.

Pero su malicia, adiestrada por Satanás, del cual son siervos o esclavos (según su apego a los deseos o sugestiones del Maligno) no quiere estos retrocesos y estos retornos. Anula por eso la fe en el Infierno como es realmente y se inventa otro. Sí, también se lo inventa.

Esta invención los empuja a creer sacrílegamente, que el más grande de todos los pecadores de la humanidad, el hijo de Satanás, aquel que era un ladrón como he dicho en el Evangelio, que era un concupiscente y ansioso de gloria humana, como digo Yo, el Iscariote, que por hambre de la triple concupiscencia se hizo mercader del Hijo de Dios y por treinta monedas, y con la señal de un beso -un valor monetario irrisorio y un valor afectivo ínfimo- me puso en las manos de los verdugos, pueda redimirse y llegar a Mí, pasando por fases sucesivas.

No. Si él fue el sacrílego por excelencia, Yo no lo soy. Si él fue el injusto por excelencia, Yo no lo soy. Si él fue aquel que derramó con desprecio Mi Sangre, Yo no lo hago. Y perdonar a Judas sería sacrilegio a Mi Divinidad por él traicionada, sería injusticia hacia todos los demás hombres, siempre menos culpables que él, y que también son castigados por sus pecados, sería despre­cio para Mi Sangre, en fin, sería venir a menos mis leyes.

He dicho, Yo Dios Uno y Trino, que aquellos que están destinados al Infierno duran en él por toda la eternidad, porque de aquella muerte no se sale a una nueva resurrección. He dicho que aquel fuego es eterno y que en él estarán reunidos todos los operarios de escándalo y de iniquidad. No creáis que esto sea solo hasta el fin del mundo. No, más bien después del tre­mendo juicio, más despiadada se hará aquella morada de llanto y tormento, porque aquello que aún está concedido a sus habitantes de tener para su infernal entretenimiento, -el poder dañar a los vivientes y el ver a nuevos condenados precipitarse en el abismo- ya no será, y la puerta del reino maldito de Satanás, será clavada y remachada por mis ángeles, para siempre, para siem­pre, para siempre, un siempre cuyo número de años no tiene número y respecto a la cual, si los años se convirtieran en granos de arena de todos los océanos de la tierra, serían menos que un día de esta Mi eternidad sin medida, hecha de luz y de gloria en lo alto para los benditos, hecha de tinieblas y horror para los malditos en lo profundo.

Te he dicho que el Purgatorio es fuego de amor. El Infierno es fuego de rigor.

El Purgatorio es lugar en el cual, pensando en Dios, cuya esencia os ilumina en el momento del juicio particular, os hace llenos del deseo de poseerla, vosotros expiáis la falta de amor por vuestro Señor Dios. A través del amor conquistáis el amor, y por grados de caridad siempre más encendida limpiáis vuestra vestimenta hasta hacerla blanca y brillante para entrar en el Reino de la Luz cuyos fulgores te he mostrado hace días.

El Infierno es el lugar en el cual el pensamiento de Dios, el recuerdo de Dios vislumbrado en el juicio particular, no es, como para los purgantes santo deseo, nostalgia afligida pero llena de esperanza, esperanza llena de tranquila espera, de segura paz que alcanzará la perfección cuando se vuelva conquista de Dios, pero que ya da al espíritu purgante una alegre actividad purgativa porque cada pena, cada momento de pena, los acerca a Dios, su amor; sino que es remordimiento y cólera, es condenación y odio. Odio hacia Satanás, odio hacia los hombres, odio hacia sí mismos.

Después de haber olvidado su dignidad de hijos de Dios, adorado a los hombres hasta hacerse asesinos, ladrones, estafadores, mercaderes de inmundicias para ellos, ahora que vuelven a encontrar a sus patrones por los cuales han matado, robado, estafado, vendido el propio honor y el honor de tantas criaturas infelices, débiles, indefensas, haciéndose instrumentos del vicio que las bestias no conocen -de la lujuria, atributo del hombre envenenado por Satanás- ahora los odian porque son causa de su tormento.

Después de haberse adorado a sí mismos, dando a la carne, a la sangre, a los siete apetitos de su carne y de su sangre todas las satisfacciones, pisoteado la Ley de Dios y la ley de la moral­idad, ahora se odian porque se conocen causa de su tormento.

La palabra "odio" tapiza aquel reino descomunal; ruge en aquellas flamas, aúlla en los chillidos de los demonios, solloza y gruñe en los lamentos de los condenados; suena, suena, suena como una eterna campana golpeada por un martillo; resuena como una eterna bocina de muerte; llena de sí los rincones de aquella cárcel; es de suyo tormento, porque repite en cada sonido el recuerdo del amor para siempre perdido, el remordimiento de haberlo querido perder, la rabia de no poder volver a verlo jamás.

El alma muerta entre aquellas llamas, es como aquellos cuerpos arrojados en un horno cremato­rio, se contorsiona y cruje como animada por un nuevo movimiento vital y se despierta al com­prender su error, y muere y renace a cada momento con sufrimientos atroces porque el remordimiento la mata en una blasfemia y esa muerte la vuelve a llevar a revivir para un nuevo tormento. Todo el delito de haber traicionado a Dios en el tiempo, está de frente al alma por toda la eternidad; todo el error de haber traicionado a Dios en el tiempo está presente en ella para su tormento por toda la eternidad.

En el fuego las llamas simulan sombras de aquello que adoró en la vida, las pasiones se dibujan en candentes pinceladas con los más excitantes aspectos, y rechinan, rechinan a cada recu­erdo. "Ha querido el fuego de las pasiones. Ahora tiene el fuego quemante de Dios, cuyo Santo Fuego ha escarnecido."

El fuego responde al fuego. En el Paraíso es Fuego de Amor Perfecto. En el Purgatorio es Fuego de Amor Purificador. En el Infierno es Fuego de Amor Agraviado. Porque los elegidos amaron a la Perfección, el amor se da a ellos en su perfección. Porque los purgantes amaron tibiamente, el amor se hace llama para llevarlos a la perfección. Porque los malditos ardieron en todos los fuegos menos en el Fuego de Dios, el Fuego de la Ira de Dios los quema en eterno. Y en ese Fuego están congelados.

¡¡Oh!! Lo que sea el Infierno no lo podéis imaginar. Tomad todo cuanto es tormento del hombre sobre la tierra: fuego, llamas, hielo, inundaciones, hambre, sueño, sed, heridas, enfermedades, desgracias, muerte, y haced una única suma y multiplicadla millones de veces. No tendréis más que una sombra de esta tremenda verdad.

En el ardor insoportable será mezclado el hielo sideral. Los condenados arderán en todos los fuegos humanos, teniendo únicamente hielo espiritual para el Señor su Dios. El hielo los espera para congelarlos después de que el fuego los habrá salado como pescados puestos a asar sobre una llama. Tormento en el tormento este pasar del ardor del fuego que hincha al hielo que aprieta.

¡¡Oh!! No es un lenguaje metafórico, porque Dios puede hacer que las almas, cargadas de cul­pas cometidas, tengan sensibilidad igual a aquella de una carne, aún antes de que se revistan de aquella carne. Vosotros no sabéis y no creéis. Pero en verdad os digo que os convendría más sufrir todos los tormentos de mis mártires antes que aquellas torturas infernales.

La obscuridad será el tercer tormento. Obscuridad material y obscuridad espiritual. Estar para siempre en las tinieblas después de haber visto la luz del Paraíso, y estar abrazados por las tinieblas después de haber visto la Luz que es Dios. ¡¡Debatirse en aquel horror tenebroso, el cual se ilumina solamente al vibrar del espíritu ardiente, con el nombre del pecado por el cual están clavados en este horror!! No encontrar excusa en aquella masa de espíritus que se odian y se dañan recíprocamente, no encontrar otra cosa que la desesperación que los vuelve locos y siempre y siempre más malditos. Nutrirse de ella, apoyarse en ella, matarse con ella. La muerte nutrirá la muerte, he dicho. La desesperación es muerte y nutrirá a estos muertos por toda la eternidad.
Yo os lo digo, Yo que también he creado aquel lugar; cuando descendí en él para traer del Limbo a aquellos que aguardaban Mi venida, He tenido horror, Yo, Dios, de aquel horror; y si no fuese cosa hecha por Dios y por lo tanto inmutable porque perfecta, habría querido hacerlo menos atroz, porque Soy el Amor y de aquel horror he tenido dolor.

¡Y vosotros allí queréis ir...!

Meditad, hijos, esta palabra mía. A los enfermos conviene dar medicina amarga, a los afectados de gangrena conviene cauterizarlos y cortar el mal. Esta es para vosotros, enfermos y cancero­sos, medicina y cauterio de cirujano. No la rechacéis. Usadla para curaros. La vida no dura por estos pocos días de la tierra. La vida comienza cuando parece que termina, y no tiene más fin.

Haced que para vosotros transcurra donde la Luz y la Gloria de Dios hacen bella la eternidad y no donde Satanás es el eterno atormentador". Fin de cita. I Quaderni de 1944, pág.69.Tomado de la edición en español de la obra "Sabiduría Divina" de María Valtorta, Pág.79 a 84.

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¿Quién querrá ver a sus peores enemigos en tan tremenda y eterna condena? La Ley, sin embargo, es la Ley. Está de moda entre psicólogos decir "no vaya usted a decir a su niño algo sobre el Infierno porque lo va a traumar". ¿Acaso cuando usted ve a alguien distraído a punto de caer en un agujero, no le grita usted ¡cuidado!? Pero, si el agujero es tan profundo como para que se mate, entonces ellos proponen que no les de el grito de alerta ¡para que no se vayan a traumar!
El Evangelio es la buena nueva precisamente en el sentido apuntado arriba, de un grito de alerta oportuno y no en el sentido de que nuestros peores temores carezcan de fundamento, o que la justicia sea un valor inexistente, efímero o intrascendente; sino en el sentido de que la conver­sión individual gracias al pago de Jesucristo con María al pie de la Cruz es pago ilimitado por todos nuestros delitos, apertura de la Gloria, y liberación no de la ley, sino de la condena legal gracias a que Ellos dos tomaron nuestro lugar en el Calvario, que la Ley de Rigor se convierte en Ley de Misericordia, pero únicamente para los conversos por el arrepentimiento sincero y la absolución del sacerdote como lo estableció Jesucristo en el Evangelio: "A quienes les perdoneis los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retuviereis les quedarán retenidos" (Juan 20:23).